lunes, 29 de julio de 2019


Reseña del libro «Don Mario Puchulú, el enorme petiso»




Por: Vanessa Villegas Solórzano


El enólogo Mario Roberto Puchulú Giacca llegó a Colombia procedente de Argentina a finales de la década de los mil novecientos ochenta. Desde que Mario pisó tierra colombiana, dejó huella en las personas que compartieron con él, hayan sido amigos cercanos, discípulos, colegas de trabajo, o simplemente parte del público asistente a Expovinos, la gran feria de vinos que realiza cada año el Grupo Éxito que Puchulú ayudó a proyectar, de la que fue director hasta 2018 y en donde era conocido como «don Mario».

En buena medida fue gracias al empeño férreo de «don Mario» en marcarle parámetros claros a los consumidores a la hora de comprar y degustar una botella, que los colombianos le fuimos perdiendo el miedo al vino. Porque como bien repetía el enólogo cada año en la Feria: «para saber de vinos hay que beber vino». Quizás una de las lecciones clave de «don Mario» para los colombianos fue traspasar la frontera más complicadas de todas: el prejuicio de que el vino es una bebida costosa. Esta fórmula repetida con frecuencia era contrarrestada por el enólogo con una frase tan sencilla como contundente: «el mejor vino es que el más te guste a vos».

Para llegar a ser «don Mario», Puchulú primero fue «Marito» un niño inquieto oriundo de la ciudad de Rivadavia en la provincia de Mendoza en la Argentina. El niño que en las frías tardes de invierno se reunía con sus compañeros de escuela a comer deliciosos helados que no eran otra cosa que el hielo que recogían de las aceras. Fue el adolescente que en los veranos mendocinos incitaba a su grupo de amigos científicos a realizar experimentos con pólvora; y fue el joven intrépido que adoraba la velocidad sin importar el riesgo. Hijo de un viñatero de excepcionales saberes empíricos y de una cocinera talentosa, se convirtió en un camionero que no se perdía las fiestas de los pueblos. Fue el soldado que prestó servicio militar demasiado «viejo» y moría de la desesperación ante las tonterías de los más jóvenes y el adulto que luego de graduarse de su carrera de enología se dio cuenta de que en esa disciplina, como en tantas otras, la experiencia pesa más que los títulos.

Llegado a Colombia fue el maestro exigente que solo hacía degustaciones en copas de cristal, el experto que no sabía mentir ante la mala calidad de un producto, el anfitrión carismático que explicaba los sabores y aromas de los vinos con soltura y el enólogo amante del trabajo bien hecho.

«Don Mario Puchulú: el enorme petiso» narra en historias cortas y divertidas, las aventuras de este personaje antes de su vida en Colombia. El texto está basado en las entrevistas que su autor, el periodista Lorenzo Villegas Rúa, le hizo a Puchulú en sus últimos años, mientras combatía el cáncer que finalmente le ganó la batalla. Este libro es un homenaje a Mario Puchulú que lo retrata como fue: un amigo incondicional y un enamorado de los juegos del lenguaje.




Ficha técnica

Título: Don Mario Puchulú: el enorme petiso
ISBN: 9789 5848 6976 0
Formato: 14 x 21.5 cms / pasta blanda / encuadernación rústica
Número de páginas: 248
Autor: Lorenzo Villegas Rúa
Dirección editorial y glosario: Vanessa Villegas Solórzano
Corrección de estilo: Juan David Villa Rodríguez
Diseño y diagramación: Toquica estudio de diseño
Impresión: Impreso en Colombia por Zetta Comunicadores S. A.
Fecha publicación: 31 de julio de 2019


martes, 16 de julio de 2019


Pura charla


Por: María Camila Dávila Bermúdez


Hay una leyenda japonesa que dice que si armas mil grullas de papel y pides un deseo, se hará realidad. La leyenda es también conocida como «una leyenda para la esperanza». Yo me enteré de esto mucho después de que fuera significativo en mi vida. Un día de esos que transcurría en la cama por mi enfermedad, cansada y sin hacer mucho, mis amigas del colegio me llevaron a la casa una bolsa gigante llena de grullas de papel. No recuerdo muy bien qué me dijeron, de hecho, pienso que no mencionaron la leyenda, pero sí tengo la imagen muy nítida de las grullas de papel en la bolsa de plástico. De hecho, recuerdo que cogí algunas de las que estaban por encima y pasaba ratos así, detallándolas.

Al poco tiempo, las grullas dieron a parar al depósito porque con tanto movimiento (las salidas al hospital, la entrada de las enfermeras y de las visitas) la bolsa obstaculizaba el paso. Mucho después, cuando creíamos que ya podíamos dar por cerrado el ciclo de la enfermedad, sacamos las grullas (ya con más conocimiento de la leyenda) y decidimos hacer un evento en el colegio para agradecer a toda la gente que siempre estuvo tan pendiente de mí. En este evento atamos las grullas de papel a globos de helio y las soltamos al tiempo, simbolizando así que podíamos dejar ir algo tan duro en compañía de mucha de la gente que siempre había estado con nosotros.

Hace unos meses Vanessa Villegas, mi editora, me mandó la propuesta de portada y desde el principio me gustó mucho. Sabía que los diseñadores habían propuesto incluir figuras de origami en el diseño, pero no pensé que llegaran a proponer una portada como esta: llena de grullas y pájaros de papel. En ese momento, entre el entusiasmo y los nervios, pasé por alto todo lo que esto había significado, hasta que un día conecté los cables: algo tan importante para mí, algo que no había contado en el libro, al final hacía parte de él. Llamé a Vane y le conté sorprendida la gran coincidencia. De hecho, le conté con detalles la historia de las grullas que tanto me llenaba de emoción, una historia que sorprendentemente nunca le había contado. La historia de las grullas de papel se embolató entre tantas otras que marcaban de dolor lo que había sido estar enferma. Vane me dijo que esta no había sido ninguna coincidencia, que mi tía Mary le había contado de las grullas de papel y que ella, a su vez, le había contado a Francisco, para que basaran el diseño en esto. «De eso se trata el proceso editorial” me dijo “de compaginar todo de forma silenciosa».

Compaginar. Siento que de eso se trató todo el proceso de escribir un libro. No solo en la parte final, sino que durante todo el tiempo compaginó la persona que soy hoy en día.

Al principio no imaginé la magnitud de lo que sería escribir un libro, no tanto por el tiempo que toma, sino por la cantidad de sentimientos que evoca y más en este caso donde lo que tenía que contar no era del todo agradable. Debimos no solo buscar un lenguaje y una forma adecuada de narrar, sino también encontrar los momentos en los que yo tuviera las fuerzas y las ganas para escribir algo, y quedar contenta con el resultado. Al fin y al cabo, estaba dejando al descubierto todo lo que había sido y todo lo que soy con cada palabra y necesitaba estar completamente tranquila y satisfecha con cada texto que le entregaba a Vane. Pasamos por etapas de muchos bloqueos mentales causados por el dolor de evocar los recuerdos y también por el proceso que debía atravesar en ese momento: ¿Cómo volver a vivir una vida «normal»? Había días en los que me había ido mal en el colegio, días en los que la cotidianidad me recordaba con más fuerza todo lo que el cáncer se había llevado y otros en los que estaba tan adentrada en la vida normal que el amor y el desamor no me dejaban escribir. Entonces, pasamos por talleres de escritura, por carteleras gigantes en la pared, por leer testimonios, pero también por largas charlas tomando café en las que Vane escuchaba cada uno de los problemas que llegaban a mi vida en la medida en que me adentraba más en ella. Los avances no se notaban casi en ese momento, todo el proceso de escribir un libro y tenerlo físicamente se veía lejano.

Hoy en día, hay veces en las que me quedo pensando en la María Camila que era antes y en la que hubiera podido ser si no me hubiera enfermado. Me da nostalgia visualizar lo que tenía y lo que pude haber sido. Pero gracias al proceso que viví este último año me doy cuenta de que tal vez esa María Camila no habría tenido la valentía para sacar muchas cosas adelante, para ser la persona que realmente soy. Este libro significa muchísimo para mí, porque no solo me permitió revivir el pasado desde otra perspectiva sino porque también me ayudó a entender y a formar la persona que hoy en día soy.

Este libro narra un pasado y construye un presente. 
Muchos de ustedes ya sabrán por qué el libro se llama «En bus a Santa Marta», muchos otros creyeron que el lanzamiento era en Santa Marta y nos íbamos en bus… El título surgió de uno de mis capítulos favoritos donde hablo de mi oncóloga Carolina. Ella me rescató de muchos momentos críticos anímicamente, uno de esos se sentó en el sofá al lado de mi cama y me dijo que tener quimioterapia, vivir un cáncer, era como un viaje en bus a Santa Marta en el que te mareabas, te tropezabas, quería tirarte por la ventana del desespero pero que al final, si lo hacías, si dejabas que todos estos sentimientos te ganaran, no llegarías a tu destino, no cumplirías tu meta.
Hace unos días me llegó un correo que me conmovió profundamente y que me gustaría compartirlo con ustedes:

«Camila. Recibe un abrazo muy especial.
 
Me he enterado a través de la Dra. Mary Bermúdez acerca del lanzamiento de tu libro. Créeme que a pesar de que no puedo asistir al lanzamiento y tampoco he podido ir a hacer la consignación te he pensado mucho y te deseo lo mejor. Yo también tuve un viaje “en bus a Santa Marta” y aunque me imagino que la ruta fue diferente, los tropiezos en el viaje debieron ser muy similares. Por eso te admiro y como muchos otros pasajeros que logramos llegar a Santa Marta, te deseo lo mejor del mundo y te aseguro que cosas muy buenas y lindas vienen para ti. Con respeto y admiración en esta lucha, te mando un abrazo muy grande y te deseo muchos éxitos. Ruth Elena Cardona M»


Cuando leí este correo supe que mi objetivo se había cumplido. Supe que transmitiría todo lo que en un momento fue dolor y lo convertiría ahora en fortaleza.

Así como a Ruth Elena le debo mil agradecimientos, a muchísima gente también. Una de las cosas más difíciles del libro fue escribir los agradecimientos porque, como ya lo he dicho en varias ocasiones, este triunfo estar sana hoy en día se lo debo a todas las personas que me acompañaron de mente, de corazón durante este proceso. Quiero tomarme un momento para agradecer de forma más amplia.

Quiero empezar a agradecer a una persona que ya no está aquí con nosotros y a quien va dedicado mi libro. Jaime murió hace un año, batalló mi misma enfermedad y me mostró un lado completamente diferente de esta. Este hombre estaba siempre lleno de una vitalidad, de un optimismo, de un amor que irradió siempre. A Jaime y a su familia, gracias por permitirme hacer parte de su vida.
Quiero agradecer a mi equipo médico. Dr. Javier Muñoz, a la Dra. Carolina Guzmán, al Dr. Enrique Arango, a Patricia Barón y Juanita Alarcón, a la Dra. Alejandra Cañas, y a todos los especialistas que fueron parte de mi tratamiento.

El personal de colegio por haber estado tan pendientes de mí, y haberme facilitado la vida cuando venía al colegio en silla de ruedas. A Leo, Giselle y Angelita, las enfermeras del colegio, a quienes quiero profundamente.

Por otro lado, quisiera agradecer a todos los compañeros de trabajo de mi mamá que estuvieron siempre tan pendientes de mí y de ella y le dieron la libertad para poder estar conmigo en todo momento.

Mis profesores: Stefano, Marisol, Diana González, Amelie, Vanessa, Violeta, Darío, Marcos Stizza, Suaza, Karin, Cian, Lorena, John, Isaías, Sandra, Pablo Acosta, Diana Pérez, Santo Paolo, Nelson, Adrián, Laura Montoa y Claudia Rodríguez. Un especial agradecimiento a la señora Elvira Chica. Quiero hacer una mención especial a la señora Ambrosi quien además de ser la directora del Liceo, me cuida y anima como si fuera mi mamá.

En general quiero agradecer a todos los alumnos del colegio por haber estado pendientes de mí.
Particularmente quiero agradecer a mi generación, en especial a mis compañeros de curso. Gracias a María Pérez, Gianluca Sesana, Juliana Heshusius, Sofía Sánchez, Juanita Murcia, Juanita Suárez, Mariana Hofstteter. A Melissa Robles quien estuvo a mi lado durante todo este proceso.
A la familia Dávila y a toda la familia Bermúdez. Sin su cariño y amor incondicional nada de esto habría sido posible.

A mi grupo editorial: Catalina Vargas, Francisco Toquica y a la editorial Caín Press. A Laura Quintana, Martha Jordán por sumarse con sus presentaciones a este momento.

Más que mi editora, quiero agradecer a mi amiga Vanessa Villegas, quien no solo influenció el proceso de escritura sino quien amplió mi visión del mundo y me ayudó a ser quien soy ahora. Por último, quiero agradecer a las dos personas que han estado conmigo siempre: mi mamá y mi hermana a quienes amo profundamente y a quienes les debo muchos de mis triunfos. Hoy, finalmente, termino está experiencia, cierro un ciclo y empiezo a escribir una historia completamente diferente.

Gracias a todos. (miércoles 5 de abril de 2017)

NOTA: para comprar En bus a Santa Marta pueden contactar a María Camila Dávila por su cuenta de instagram aquí o a Caín Press aquí.

jueves, 7 de marzo de 2019

Archivo de Margarita Córdoba de Solórzano en el Archivo General de la Nación*


Por: Vanessa Villegas Solórzano

Hace unos días, la escritora española Laura Freixas recordaba que, cuando Marguerite Yourcenar fue candidata a la Academia Francesa, Levi-Strauss se opuso. Dice Freixas: «No quería que entraran mujeres porque no hay que cambiar las reglas de la tribu»Un artículo reciente publicado en El País titulado Las mujeres de la Bauhaus que la propia Bauhaus olvidó, menciona los nombres de al menos diez artistas talentosas que, ocultas tras los apellidos de sus maridos, quedaron por fuera de la historia de ese movimiento vanguardista. En la ciencia hay ejemplos escalofriantes, por decir lo menos, como el de Rosalind Franklin quien, a pesar de haber fotografiado el ADN por primera vez y ser fundamental en la investigación que llevó a su descubrimiento, ni siquiera fue nombrada por sus colegas que recibieron el Nobel en la ceremonia de entrega del premio.

Las reglas de la tribu, como las llama Freixas, siguen vigentes.

A comienzos del 2018 una búsqueda en Google, la herramienta más usada a diario por la mayoría de nosotros, de Margarita Córdoba de Solórzano solo arrojaba cinco o seis resultados todos asociados a la biblioteca que lleva su nombre en el corregimiento de Santa Elena en Medellín. Es decir que en plena era de la información, una persona interesada en conocer sobre la historia de los derechos de las mujeres en Colombia no tenía acceso a una de sus protagonistas. Y, aclaro, es una falla que se repite no solo en internet, sino en la bibliografía especializada con una sola excepción: los libros de la historiadora costarricense Lucy Cohen.

Margarita Córdoba Quiroz nació en Medellín en 1921, hija de María Quiroz y David Córdoba Medina. Estudió en el Instituto Central Femenino de Antioquia donde conoció a quienes serían sus amigas entrañables: Esther Rabinovich y Selfia Cortés. Junto a Selfia, ingresó a la Universidad de Antioquia a estudiar Derecho y fue allí también donde conoció a otro grupo de mujeres que además de estudiar carreras profesionales, estaban convencidas de que era inminente luchar por sus derechos civiles y políticos: Fanny Posada de Greiff, Haydée Eastman, Mariana Arango, Clara Glotmann, Libia Moreno, Elba Quintero, Sonny Jiménez y Concha Peláez. Todas ellas fueron clave en la vida de Margarita y clave en la campaña del plebiscito de 1957.

Y menciono sus nombres, porque como ocurrió con Margarita, la historiografía olvida nombrarlas y lo que no se nombra, no existe.

Cito las palabras de Fanny Posada de Greiff en una carta en la que nos explicaba a las nietas de Margarita, la labor que hacían en la Asociación Profesional Femenina de Antioquia:

La APFA la creamos en 1956 un grupo de amigas para hablar y organizar a un grupo de mujeres que luchara por nuestros derechos. Y era que en ese tiempo se abusaba mucho de las mujeres en el trabajo, se les pagaba menos que a los hombres, se les daba puestos menos importantes. Después el mismo grupo apoyó el plebiscito que era votar a favor de una lista de cosas muy importantes y muy buenas para Colombia y principalmente para las mujeres, porque nos daba el derecho al voto por primera vez el 1 de diciembre de 1957.


En la Universidad de Antioquia Margarita conoció a quien fue su compañero de vida, el también abogado Mario Solórzano con quien tuvo a Cecilia, Mauricio y Mónica y a Clara Lía, mi mamá y mamá de Melissa. Clara Lía quedó como hija única a los catorce años.

En 1958 Margarita fue nombrada segunda suplente del partido liberal en las listas a Cámara de representantes por Antioquia. Asumió como representante debido al nombramiento del titular en otro cargo y al fallecimiento del primer suplente. En Bogotá su casa fue la de la cantante y odontóloga Sylvia Moscovitz, otra de sus grandes amigas.

Margarita fue congresista por dos años en los que impulsó proyectos que velaban por la educación y la inclusión de las mujeres, como el que permitía a las estudiantes embarazadas seguir asistiendo a los colegios. También desde allí trabajó por el nombramiento de mujeres profesionales en cargos públicos como el de la abogada Berta Zapata, primera mujer en ser magistrada en la Corte Suprema de Justicia.

En su vida diaria se dedicó a apoyar e inspirar a las mujeres, pues veían en ella un ejemplo de lo que podían llegar a ser. Dio voz a las mujeres que nunca habían sido escuchadas, y motivó a otras a alcanzar satisfacción en su carrera o en su proyecto de vida, estuviera o no dentro de los estándares tradicionales. Su cotidianidad estuvo rodeada por el conocimiento y cariño de mujeres que, desde sus saberes profesionales o empíricos aportaron a la construcción de una sociedad más equitativa en la que todavía queda mucho por hacer.

En 2019 googlear a Margarita Córdoba de Solórzano ofrece nuevos resultados, en parte porque nosotras, su familia, fuimos conscientes de que no podíamos dejar en manos de terceros la narrativa de la historia, de su historia que es también la historia de las mujeres colombianas. Agradecemos muy especialmente a Martha Tamayo por su compromiso, trabajo y gestión para que el archivo personal de Margarita Córdoba quede disponible en el Archivo General de la Nación al alcance de quienes estudian la historia de Colombia. Y les recuerdo, nos recuerdo, que es nuestra responsabilidad velar porque este material se mantenga vivo por el uso, pues para caer en el cajón del olvido resulta más poético quedarse en el baúl de las abuelas.

*Nota: este texto fue leído el 7 de marzo de 2019 en la inauguración de la exposición Las mujeres y la lucha por sus derechos, y de la colección con el mismo nombre que a partir de esa fecha estará disponible en el Archivo General de la Nación. La colección contiene por un lado, el archivo personal de Margarita Córdoba de Solórzano y por otro, la documentación relativa a las iniciativas y actividades desarrolladas por la Red Nacional Mujer y Constituyente que se conformó y participó en el proceso que condujo a la expedición de la Carta Política que rige desde 1991

jueves, 1 de noviembre de 2018

Respuesta a Ignacio Ávila


Hola Ignacio,

Gracias por su comunicación, realmente es satisfactorio saber que en medio de toda la euforia que pueden producir denuncias como la de la Red colombiana de mujeres filósofas o mi testimonio haya alguien que se tome el tiempo de contestar con detenimiento. Una aclaración: nunca fui su alumna. Efectivamente entre 2000 y 2004 nos cruzamos en el departamento, pero dudo mucho que hayamos intercambiado más de un saludo alguna vez.

Dicho esto, quiero contarle brevemente por qué escribí ese testimonio.

Me animé a enviar la carta al ver que la petición en change.org la estaban firmando personas que fueron o bien mis compañeros o profesores y tuvieron comportamientos reprochables cuando yo era estudiante, entre ellos el mismo Douglas Niño como lo señalo en la carta, pero no el único. Con usted no tenía reproche. Y como le escribí en el comentario en la plataforma de change.org lo animaba a apoyar la causa sin tanto titubeo y más bien a encontrar maneras de que sus preocupaciones se transformaran en cambios en el aula (que yo desconocía y quedaron bien aclaradas con su carta). Hay muchos casos de actitudes no solo machistas sino clasistas y racistas de las que fui testigo de parte de profesores y estudiantes por igual, sin embargo, como no fui doliente de ellas decidí no mencionarlas porque me parece que son las víctimas quienes deben hablar en este momento. Con esto lo que quiero aclarar es que mi testimonio fue una invitación a mirar esa diversidad de violencias cotidianas que se viven en el departamento y que en el afán de aprobar una materia o de sacar la carrera a flote, incluso debido la admiración que nos producen los docentes o los alumnos más brillantes, nos quedan muy difícil de identificar siendo estudiantes. E insisto, los dos profesores mencionados son los que me afectaron a mi directamente, pero la mayoría de quienes todavía están en el departamento de filosofía como profesores de planta son quienes han sido sistemáticos en comportamientos reprochables no solo en su discriminación por género, sino por clase y raza. Y eso es quizás lo que más me duele y en donde encuentro un gran problema de coherencia: docentes que mantuvieron relaciones afectivas con sus estudiantes, o descalificaron o humillaron a sus alumnos por su condición social y se les llena la boca hablando de ética y quieren darnos lecciones a todos.

Sentí que había que aprovechar el momento porque muchos de los mencionados estaban posando de: «no es conmigo. Machistas, clasistas, racistas son los demás. Yo jamás he tenido problemas con las mujeres, la condición social o la raza» y eso solo perpetúa el problema. Decidí escribir mi testimonio con nombres propios, pues no servía hablar en abstracto ya que esto les estaba sirviendo de escudo para evadir el tema. Yo ya no estoy en la Universidad ni me interesa la vida académica, mi experiencia como estudiante solo sirve para resaltar que no fui un caso aislado, fuimos todas las mujeres que estudiamos filosofía las que nos vimos sometidas a este tipo de comportamientos, y que el daño se extiende a esos estudiantes que aun sin ser mujeres no compartían el rasgo de hombre blanco y de clase media-alta que parece ser el ideal de la persona que estudia filosofía para aspirar a ser tratada como par. Y es que como le digo, más allá del daño que pudieron haber causado en mí, es la sistematización de esta violencia en la cotidianidad de las aulas lo que en el departamento parecen no comprender. Las diferentes experiencias de violencia tienen consecuencias en el desempeño profesional y personal de cada víctima, ahí también radica su gravedad y complejidad. Conozco casos dramáticos que ameritaron intervención profesional para evitar una tragedia y eso que yo en particular he tenido muy poca relación con estudiantes de filosofía, incluso cuando estaba en la universidad.

Quisiera mencionar la carta de Marcela Tovar publicada en Sentiido, porque me parece que tiene un par de elementos que muestran lo complicada que es esta reflexión para las personas que hemos pasado por el departamento, en particular si conservan alguna relación con la academia. Por un lado, Marcela se negó a dar nombres, no obstante, habla de situaciones mucho más graves que las mencionadas en mi testimonio. Por otro, Marcela declara que ella «no quiere posar de víctima, porque no lo es». Fíjese lo complicado que es, inclusive para una persona como Marcela que se ha formado profesionalmente en un ambiente en el que el reconocimiento a las víctimas es indispensable, verse como víctima. Porque ser víctima se asocia con debilidad y sufrimiento y en su caso, ella dice estar totalmente alejada de esa relación. Marcela se equivoca. Que no se sienta víctima no quiere decir que no lo sea y que lo que narra en su testimonio no sea una agresión tan reprochable como las demás. El tema pasa por identificar a profesores queridos y admirados con victimarios. Ahí también encuentro una enorme falla en la actitud del departamento: parecería que la indiscutible capacidad de análisis de cada uno de sus integrantes no ha sido suficiente para sentarse a reflexionar sobre sus acciones, en lugar de invitar al diálogo y tratar de escuchar a las víctimas y enfrentar las cosas de frente, se han portado como unos matones, como «la manada», desestimando los alegatos (como se ve en el video que circuló en youtube en el que Luis Eduardo Hoyos y Luis Eduardo Gama tratan de minimizar la petición de change y la califican de alegato). Es que ni siquiera son capaces de darle un nombre al reclamo. Es terrible, a mi modo de ver nada tienen que envidiarle a los Weinsteins, están al mismo nivel y por eso mencioné en mi texto que se sienten moralmente superiores.

El hecho de haber llamado por su nombre a los agresores trajo, en mi caso particular, aprendizajes personales, pero muy poco de reparación. Juan José Botero se contactó conmigo casi inmediatamente después de leer la carta con un mensaje privado muy sentido que me pidió no hacer público. Sin embargo, pocos días después estaba firmando la carta del Departamento y poniendo chistes pendejos sobre acoso en su muro de facebook. Eso me hace pensar que se disculpó para lavar su consciencia conmigo pero que no se ha tomado el trabajo de entender qué es lo que pasa de fondo. La disculpa de Douglas por otro lado me pareció calculada milimétricamente. No dudo que él pueda haber cambiado ni que su intención sea buena, sin embargo, la manera como contestó, el tiempo que se tomó y las palabras perfectamente seleccionadas para hacerlo me señalan otra cosa. Además, no deja de causarme extrañeza el comité de aplausos que lo respaldó tras su respuesta y generó una nueva ola para invisibilizar la acusación y sí, a la víctima, perpetuando así el círculo de la agresión porque la disculpa pasó a ser más importante que la denuncia (a sabiendas de que tener presente la falla es lo que asegura la no repetición). Conservo la esperanza de esto sea el primer paso para el cambio, aunque me quedo con la duda de si lo hizo para quedar bien con el público.

De todas maneras, como lo dije antes, no se trataba, en mi caso particular, de recibir reparación. Se trata más bien, de señalar un comportamiento sistemático, nocivo e invisibilizador. Un comportamiento que, por lo demás, no permite que personas (hombres o mujeres) con pensamientos distintos o con capacidades más amplias que las que explora la misma filosofía, hagamos parte de la academia. Mi esperanza radica no en que quienes están cambien. La mayoría son demasiado mayores para reconsiderar su posición y están inmersos en una burbuja bibliográfica que les impide ver qué pasa a su alrededor, otros ni siquiera consideran esto un problema como lo señalé antes. Con lo mucho que quiero a Bernardo Correa y a Lisímaco Parra, ambos son ejemplo de personas que deberían ceder sus puestos como profesores titulares y abrirle campo a nuevas generaciones, ojalá a mujeres. Que se queden como profesores de cátedra, eso garantiza que su experiencia seguirá inspirando a otros estudiantes y de paso dejan de hacer parte de ese círculo de maniobras igualmente reprochables e incoherentes con la ética y el discurso anticorrupción de quienes reciben pensión y siguen siendo profesores titulares.  

Finalmente me parece importante señalar que salvo usted que se contactó conmigo directamente, no tuve ningún otro acercamiento en busca de aclarar lo sucedido o ampliar mi testimonio: ni el departamento, ni los acusados, ni la universidad, la escuela de estudios de género, nadie. Una muestra más de que este tipo de eventos sufren de la efervescencia del momento y son rápidamente olvidados por todos y que en esa Universidad no tienen tiempo ni ganas de atender reclamos de esta índole. A las víctimas hay que escucharlas y los profesores del departamento, de la Facultad de ciencias humanas y la rectoría de la universidad deben no solo abrir espacios sino estar dispuestos a oír cómo cambió la vida de las estudiantes que han hablado de temas de agresión en el aula. Eso sin mencionar los casos de acoso, y abuso que seguro los hay. Solo así podrá gestarse algún cambio. En últimas, Filosofía es el ejemplo más notorio de disparidad numérica de género, pero no es único, los otros departamentos tienen problemas similares y nos hemos hecho (las mujeres también) las de la vista gorda para encararlos.

Le dejo un artículo de The Guardian en donde muestran las acciones que están tomando las orquestas para erradicar el problema de género en la música que quizás pueda serle de utilidad: Female composers largely ignored by concert line-ups.

Vanessa Villegas Solórzano

miércoles, 3 de octubre de 2018

No lo reporté porque

Por: Vanessa Villegas Solórzano


#noloreportéporque

Contaba Mariana Arango que, cuando era estudiante de Odontología en la Universidad de Antioquia en 1935, sus compañeros le escondían penes humanos en su casillero y los bolsillos de su abrigo buscando con esto disuadirla de continuar sus estudios profesionales. «Porque estudiar en la universidad no era para mujeres». Y si había una mujer dispuesta a alterar el orden impuesto por los varones tanto estudiantes como profesores, entonces debía pasar las pruebas de resistencia como la mencionada y los juicios peyorativos en los que su inteligencia y dedicación eran cuestionadas por su género.

Concha Peláez estudió Química farmacéutica en la Universidad de Antioquia (UdeA) a finales de los años cuarenta. Para ese entonces las carreras tenían cupos limitados para las mujeres, Concha lo narra así: «la entrada para las mujeres no era libre, había cuotas, tres o cuatro mujeres por carrera». Conchita fue la única mujer entre dieciocho hombres, pero a diferencia de Mariana, dice que jamás fue discriminada por sus profesores o compañeros. Era una estudiante brillante y se ganó una beca para ir a la Universidad de Michigan en Ann Arbor, Estados Unidos. Concha señala que la gran diferencia entre la UdeA y Ann Arbor no era la calidad de la educación sino la cantidad de mujeres que participaban de la vida académica.

Margarita Córdoba perteneció a la segunda generación de mujeres que estudiaron Derecho en la Universidad de Antioquia y participó activamente en la campaña del plebiscito de 1957. Para ello, junto a un grupo de activistas por la causa femenina, recorrió los pueblos de Colombia explicándole a las mujeres que ellas también tenían derecho a ser ciudadanas con igualdad de deberes y oportunidades que los varones. Tras la campaña, Margarita fue escogida por sus compañeras de lucha como candidata en las elecciones parlamentarias y fue Representante a la Cámara entre 1958 y 1960. Los proyectos que impulsó giraban alrededor del papel de las mujeres en la sociedad: gracias a ella se promovió el nombramiento de mujeres en cargos públicos y las estudiantes embarazadas, que hasta la fecha eran expulsadas de las aulas por ser un mal ejemplo para sus compañeras, pudieron continuar con sus estudios. De no haber sido por Margarita y su convicción de que representaba la necesidad de cambio en las políticas de esta sociedad más que a las mujeres colombianas, Colombia se habría tardado varios años en tener magistradas, juezas y en general, mujeres profesionales en la vida pública. Todas ellas son voces necesarias para entender la sociedad en la que vivimos y somos parte.

El Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional sede Bogotá parece estar estancado en esa época: en la de Mariana Arango como víctima de matoneo de profesores y estudiantes, la de Concha Peláez como única estudiante en su carrera, la de Margarita Córdoba explicándole a los congresistas que los espacios para las mujeres hay que abrirlos, no se abren solos. La gran diferencia parecería ser que al menos esas mujeres lograron ser escuchadas, encontraron en algunos de sus pares unos receptores capaces de convertirse en agentes de cambio. Los profesores del Departamento de Filosofía, por el contrario, no se han percatado de su error. Su extensa bibliografía y sus créditos académicos parecen haberlos blindado: están por encima de los demás y no tienen por qué cambiar algo que, en apariencia, ha funcionado bien durante tantos años.

Sin embargo, ese Departamento no ha marchado tan bien como lo señalan sus puntajes, porque nada allá es saludable en términos académicos. Las estudiantes y egresadas de filosofía estudiamos en un ambiente hostil. O cómo se llama a que, en la primera clase de la vida durante la semana de inducción a una estudiante que está interesada en las artes y la estética le contesten que «si le gustan las calzas entonces mejor que se vaya a odontología», en una ecuación entre estética y brillo dental. El comentario tiene nombre propio: la estudiante era yo, el profesor Juan José Botero, para entonces director del Departamento. Era para templar el carácter, dirán algunos; chiste flojo, dirán otros y algunos más encontrarán argumentos suficientes para demostrar que mi protesta frente a esto era un berrinche de «niña consentida» ante un comentario habitual. Pero no lo es. En el momento me pareció agresivo, fuera de lugar. En retrospectiva, es un acto de menosprecio e irrespeto hacia mis intereses, un acto abominable.

Cuatro semestres más tarde estaba en Lógica IV. Douglas Niño era el profesor. Durante todo el semestre se negó a pronunciar mi nombre. «Como dice el caballero» apuntaba cuando yo intervenía y señalaba a Carlos Castillo quien se sentaba a mi lado. Esta actitud se complementaba con ausencia de contacto visual y gestos de desprecio en el salón de clases. La otra mujer que estaba en ese curso comentó haber tenido problemas similares con Douglas Niño en el pasado, sin embargo, justificaba la actitud del docente argumentando que Douglas tenía un temperamento particular y que le gustaba poner a prueba a la gente. Ella, por ejemplo, había pasado dicha prueba recibiendo un apretón de manos durísimo sin quejarse. Consulté el caso con uno de mis profesores más queridos para ver cómo podía denunciarlo. El consejo de Bernardo Correa fue este: primero, que no valía la pena escalar la queja ante el Departamento y segundo (cito sus palabras) que, como Lucho Herrera cuando había ganado la etapa llegando a la cima ensangrentado, yo debía resistir y esforzarme para demostrarle a Douglas Niño la clase de persona que era. Le contesté que no tenía nada que demostrarle a Douglas Niño. Inversamente proporcional a la solidaridad de los profesores resultó ser la respuesta de mis compañeros Carlos Castillo y José Tovar, quienes no solo interpelaban a Douglas en clase cuando yo hablaba, sino que pidieron revisar cada uno de los exámenes para asegurarse de que habían sido calificados con justicia. Gracias a ellos no abandoné la carrera en ese momento y tuve el carácter de asistir a todas las clases de Lógica IV sin falta. Para Carlos y José fue evidente lo que para los ilustres profesores del Departamento no: lo que no se nombra no existe. Douglas Niño me negó la existencia en el aula.

Cuando terminé la carrera y mi tesis fue considerada meritoria decidí presentarme a la Maestría. Era más de lo mismo con la diferencia de que ahora tenía la posibilidad de compartirlo con otras estudiantes que tenían intereses afines a los míos: Laura Quintana y María del Rosario Acosta, firmantes de la petición de la Red Colombiana de Filósofas. En la entrevista de admisión de la Maestría sentí asco porque pareció una visita en casa. Sentí que me habían admitido por mi apariencia y sonrisa y no por mis méritos académicos. Cursé toda la maestría con notas excelentes, pero cada día ese desagrado inicial se fue incrementando: no me aceptaron porque creyeran en mí, me aceptaron porque era una estadística positiva y era muy probable que fuera a graduarme de la maestría. Como lo señaló Germán Meléndez en más de una ocasión, el éxito de los programas se mide por el número de egresados, no de admitidos. Nunca entregué la tesis de maestría, me produjo repugnancia hacerlo. Si pudiera devolver el título de pregrado, lo haría. Ese Departamento no me representa. 

Estoy segura de que mi historia es apenas una muestra de lo que pasa dentro del Departamento. No lo reporté porque cuando lo hice subestimaron el caso. Porque en un ambiente dominado por varones la violencia verbal y física contra las mujeres pasa desapercibida y los estudiantes replican y celebran las prácticas perversas de sus maestros. Ahora veo con rabia que muchos de los profesores y compañeros de clase que han sido arte y parte de este tipo de acciones y de otras formas de discriminación y abuso en las aulas firmaron la petición de la Red Colombiana de Filósofas. Parecería que se sienten moralmente superiores y hasta con derecho a opinar, Douglas Niño entre ellos. ¿Quiénes se han preguntado si alguna vez han hecho algo mal y están dispuestos a aceptarlo? ¿Cuántos de los profesores firmantes fueron partícipes de matoneo a sus alumnas o compañeras en el aula? ¿Cuántos de ellos les vieron la cara durante semestres enteros y se negaron a saludarlas por su nombre, las menospreciaron? ¿Quiénes de los profesores firmantes han tomado parte activa en el cambio? ¿Quiénes le han preguntado a sus alumnas o colegas si han sido víctimas de matoneo, abuso, menosprecio, acoso en el aula o fuera de ella y han hecho algo para reportarlo o solucionarlo?

sábado, 1 de marzo de 2014

Voto con voz

Por: Vanessa Villegas Solórzano

Cuando el entonces entrenador de la selección Colombia Hernán Darío Gómez se vio envuelto en un escándalo por golpear a una mujer, estas fueron las palabras que le escuchamos a la exsenadora y ahora aspirante a la gobernación de Antioquia Liliana Rendón en una entrevista con Yamid Amat: “Las mujeres no somos fáciles de manejar y lo digo con causa propia”, “nosotrOs fregamos mucho, nosotrOs somos muy necias… a veces provocamos reacciones no sólo en los hombres sino en las mismas mujeres”, “cuando nos queremos hacer las víctimas, lo hacemos perfectamente porque somos manipuladoras.” 

Por su parte, el empresario Andrés Jaramillo, refiriéndose a una denuncia por supuesta violación dentro del parqueadero de su afamado establecimiento comentó: “Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda, pues a qué está jugando. Está bien, eso es natural. Para que ella después de excomulgar todos los pecados con el padre diga que la violaron”.  

Varios meses después, en un almuerzo en el que todas éramos mujeres, quedé sorprendida al escuchar que algunas de las presentes sugirieron que la víctima ahí era Andrés, que toda esa situación era una exageración, que esa mujer que denunció la violación estaba borracha, que seguramente se arrepintió al otro día y por eso había armado el escándalo.

La exclusión en el lenguaje es una forma, pero no la única, de ejercer violencia en contra de alguien. De hecho, borrar ciertas palabras del vocabulario, menospreciar e invisibilizar las opiniones de otros parece ser una forma muy efectiva de segregación. El género no se escapa de este problema y carga con el agravante de que para quienes vivimos en la ciudad, esta situación se ha banalizado a tal punto que ni siquiera somos capaces de entender de qué se trata. Esto, en buena parte, se debe a que los medios de comunicación como fiel reflejo del país en el que vivimos, no conocen los alcances de dejar de nombrar una cosa o de cambiar una palabra por otra, y declaraciones como las anteriores se quedan en la polémica del momento sin un análisis de fondo.

El cambio de “conflicto armado“ y “guerra en Colombia” por “amenaza terrorista” que se dio durante el gobierno de Uribe desató muchos debates entre historiadores y académicos (Semana). No fue una casualidad, pues un simple giro en las palabras le quitó connotaciones históricas a lo que vivimos en este país y empoderó al entonces presidente y seguro senador de un discurso que desconocía los orígenes y causas de los años de violencia que ha sufrido nuestro país. Como dice el artículo de Semana: “En el plano jurídico, la consecuencia práctica de que no haya un conflicto armado interno sino una amenaza terrorista es que dejaría de regir el Protocolo II de Ginebra. Si no hay guerra sino la persecución de criminales, no se aplicaría el Derecho Internacional Humanitario que la regula y que busca humanizarla. Es decir, se diluye la obligación de respetarle la vida al enemigo cuando se rinde, de proteger los bienes y la vida de los civiles, de respetar las misiones médicas, de diferenciar entre civiles y combatientes. Esto último significaría que el Estado no reconoce la distinción entre combatientes y civiles y por esa vía podría ponerles a los ciudadanos mayores obligaciones respecto de la política de seguridad democrática que a la postre los podría convertir en objetivo militar.”

Un análisis equivalente podría aplicarse a declaraciones como las de Liliana Rendón y Andrés Jaramillo, sin embargo los medios de comunicación colombianos no consideran que esto sea un tema prioritario y de hecho, lo aprovechan solo mientras genere audiencia. Y la falta de análisis se hace evidente al escuchar la opinión de las personas comunes y corrientes pues, a pesar de los escándalos mediáticos, lo que predominan son reacciones simples y sin argumentos, como lo demuestra la apreciación de algunas de las mujeres presentes en el mencionado almuerzo. Gracias a la forma en que estos temas son tratados y a la falta de claridad sobre sus consecuencias, son muchas las mujeres que pierden la perspectiva del alcance de esas declaraciones, que a la larga, nos afectan a todas por igual. ¡Al hablar de una mujer, está hablando de cualquier mujer y esa podría ser yo!

A la hora de votar nos hace falta pensar justamente, en quienes han estado marginados en el lenguaje y en el discurso. Las mujeres debemos pensar no solo desde la perspectiva personal, sino desde la de todas aquellas que no han tenido las mismas oportunidades que nosotras para que, más temprano que tarde, declaraciones como las de Liliana Rendón o Andrés Jaramillo no sean el pan de cada día.

Si las personas que nos sentimos aludidas o rechazamos declaraciones como las citadas, usáramos el malestar que nos producen tales afirmaciones como un primer filtro para escoger candidatos al senado y cámara, pensar en un congreso decente podría llegar a ser real. Y si esta información la hiláramos con declaraciones excluyentes, sexistas y discriminatorias de aspirantes al congreso como Roberto Gerlein, María Fernanda Cabal y José Obdulio Gaviria, por nombrar solo a algunos, el panorama de quién debe llegar a las cámaras se hace cada vez más claro y distinto.

Es obvio que este filtro no evita que candidatos como los nombrados arriba alcancen los votos necesarios para obtener su curul, pero sí podría hacer que algunos indecisos voten por aspirantes con una hoja de vida limpia y responsable para que puedan darle voz a los excluidos y en esa medida, que aquellos sin lugar en el lenguaje, logren un espacio en nuestra sociedad.

Ahora que las encuestas parecen tener más claro cuál es el panorama electoral, debemos aprovechar la información de portales que como las2Orillas, La Silla Vacía, Semana y Congreso Visible o sugerencias como las de Catalina Ruiz-Navarro, Florence Thomas y Ricardo Silva Romero, quienes ya han señalado sus preferidos.

Antes de que sea demasiado tarde, propongo el ejercicio de revisar las listas al congreso bajo la siguiente suposición solo para evaluar si el resultado coincide con su elección particular.

Cómo votaría a senado y cámara si usted
es mujer
es mujer afro
es mujer cabeza de familia
es mujer indígena
es mujer desplazada
es mujer que usa el transporte público
es parte de una minoría
es feminista
cree en las libertades sexuales y reproductivas
defiende el matrimonio igualitario
ha sido víctima de la violencia
hace parte de la comunidad LGTBI
se ha sentido excluida o excluido.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Indignados de blanco


Por: Vanessa Villegas Solórzano

Para mi papá votar es prácticamente una obligación. Él es un convencido de este ejercicio de la democracia, una democracia que la mayoría de las veces se parece más a un acto de fe que a una suma de probabilidades, aquí y en todo el mundo. Mi papá nunca ha dejado de votar, sin embargo, desde hace años decidió votar en blanco, convencido, como lo están muchos ciudadanos, de que esta es la mejor manera de castigar a los políticos por sus malas prácticas y pésimos servicios a la ciudadanía. Cada vez que se acerca la época de elecciones le pregunto qué piensa hacer y me contesta que va a votar en blanco. Y como si fuera una canción puesta en “repeat” yo le digo que eso es como tirar una piedra en medio del océano.

El auge del voto en blanco para las elecciones que se aproximan tiene varias explicaciones posibles, desde la pérdida de confianza en la democracia, pasando por la falta de candidatos con los que la gente se sienta representada, hasta el castigo a los políticos tradicionales o la total carencia de credibilidad en las instituciones. Pero no estamos en la ciudad sin nombre del “Ensayo sobre la lucidez” de Saramago en donde ganó el voto en blanco, los ciudadanos se empoderaron de su libertad de elección y le dieron una lección de ética a los políticos, a pesar de las represalias. Aquí cabe preguntarse si en el país que vivimos hoy, ahora, lo que ocurrió en esta novela podría llegar a ser real.
Vale la pena recordar los dos casos en los que el voto en blanco ya fue ganador en nuestro país: el primer caso se dio en Susa, Cundinamarca en 2003 y en 2011 fue en el municipio de Bello, Antioquia. Y vale la pena, sobre todo, porque el ejemplo de Bello nos mostró que votar en blanco no es suficiente para cambiar las cosas.

En "La paradójica historia del voto en blanco en Bello" La Silla Vacía recogió muy bien los antecedentes y consecuencias de la esperanzadora elección del voto en blanco en ese municipio antioqueño que hace parte del área metropolitana de Medellín. Una versión resumida de lo ocurrido allí sería la siguiente: en Bello ganó el voto en blanco ante una elección que solo tenía un candidato, un político cuestionado, heredero de los tradicionales caciques de la zona. Una vez se convocó a la segunda elección, los partidos se alinearon alrededor de nuevos candidatos y los ganadores fueron los mismos caciques políticos que aparentemente habían sido derrotados en la primera elección. Los perdedores fueron los ciudadanos, o en palabras de la Silla Vacía “el voto en blanco, que tanta ilusión generó en las elecciones pasadas, esta vez podría confirmar una vez más, la habilidad del poder político tradicional para ajustarse a las circunstancias”.

El movimiento de Los Indignados lleva años inundando las calles españolas. Desde que comenzó la crisis en ese país, alrededor de 2008, los cientos de manifestantes se convirtieron en miles y todos, en apariencia, buscaban los mismos objetivos: reforma política y fiscal, amortiguación de la deuda, acceso a la educación, derecho a una vivienda digna y a la salud, rechazo a la corrupción estatal y bancaria, entre otras. En medio de la crisis y del auge de Los Indignados hubo elecciones presidenciales en España. ¿Por quién votaron los cientos de miles de indignados? ¿Votaron? ¿Cómo fue posible que con un movimiento en pleno apogeo y con semejante crisis, los españoles hayan elegido a Mariano Rajoy como presidente? Puede ser una apreciación muy a la ligera, pero el triunfo de Rajoy, un político conocido, de un partido tradicional y de derecha, habla muy mal de la capacidad de acción de Los Indignados.

Quienes promueven el voto en blanco en Colombia tienen razones suficientes para sentirse parte o voceros de los indignados locales. Y, ¿qué van a hacer quienes votan en blanco si salen ganadores en estas elecciones? ¿Cuál es su plan a seguir? ¿Van a esperar a que los partidos políticos y los políticos de siempre saquen del costal a sus sucesores o se adapten, como suelen hacerlo, a las nuevas circunstancias? ¿Los promotores del voto en blanco y los votantes se van a lanzar a la política?

Algunos analistas citados por los medios sugieren que el voto en blanco es una elección perezosa (Semana) . Dicen que, por un lado, alegar que no hay candidatos que representen nuestras preocupaciones es la disculpa perfecta para evitar el debate político, leer los programas de gobierno y conocer a los aspirantes a los comicios. Por otro, sugieren que al elegir al voto en blanco nos lavamos las manos una vez la elección tuvo lugar, porque bajo esa lógica, no nos sentimos responsables de las acciones de nuestros gobernantes y tenemos derecho a la queja eterna. Me parece que calificar a los electores del voto en blanco de holgazanes o perezosos es demasiado fuerte, de hecho, retomo el ejemplo de mi papá: él vota en blanco, no es perezoso frente al debate político, ni se desentiende de sus responsabilidades políticas, ni siente que sus derechos políticos fundamentales se menoscaben por no elegir entre los nombres de las listas. De hecho, mi papá siente que ejerce plenamente sus derechos y deberes como ciudadano al elegir el voto en blanco.

La dinámica cotidiana nos ha hecho olvidar que la política la construimos todos, cada día, todos los días, con nuestro pensamiento y nuestra acción en comunidad. La política es de todos, la hacemos todos en el día a día. Es un error pensar que la política es una cosa corrupta cuando quienes son corruptas son las personas. Teniendo esto en cuenta, sí se hace necesario que los ciudadanos de a pie, que hacemos política cuando discutimos estos temas y tenemos en nuestra cabeza la idea de un mundo mejor y posible, seamos consecuentes con lo que pensamos. En otras palabras, que evaluemos cuáles son las consecuencias de votar en blanco y si estamos dispuestos a asumirlas.

Y es que el voto hace parte de la responsabilidad ciudadana, pero esta ni comienza ni termina allí. El voto es uno de los pasos, mas no el único, de una cadena de acciones que nos llevan a ejercer control, estar pendientes de los programas, las inversiones y la situación del entorno. Un buen ejemplo lo pusieron las mujeres en los años 50 cuando recorrieron el país de punta a punta buscando promover un cambio constitucional que les permitiera tener derecho al voto. Cientos de mujeres se sumaron a aquellos candidatos que estaban de acuerdo con su sufragio y una vez elegidos, ellas, tan presentes como estuvieron durante las campañas, se mantuvieron firmes en su exigencia para ver dicha promesa hecha una realidad. No fue suficiente con que sus candidatos salieran elegidos, la lucha solo se llamó triunfo cuando ellas pudieron acercarse por primera vez a las urnas en las mismas condiciones que lo hacían los demás ciudadanos de este país y entonces, se dedicaron a comunicarle a todas las mujeres de Colombia que el cambio lo podía hacer cada una de ellas a través de su participación en los debates, en la construcción de propuestas, y por supuesto con el voto, su voto.

Como esas mujeres, las víctimas, la población LGTBI y las mujeres de hoy, tenemos claro qué es lo que no debemos permitir, tenemos claro quiénes son los políticos y los partidos que favorecen o incitan la vulneración de nuestros derechos. En esta, como en pocas elecciones, deberíamos tomarnos el trabajo de escoger a nuestros representantes, en lugar de que otros escojan por nosotros y evitar así que el caso de Los Indignados españoles o del fastidioso caso del voto en blanco de Bello se repita.

Cualquiera que sea la elección: no votar, votar en blanco o escoger candidato es respetable. Sin embargo debemos preguntarnos en dónde estamos parados para tomar esta decisión, qué queremos hacer y cuánto estamos dispuestos a hacer. Y si bien Ricardo Silva tiene razón y en estas elecciones los candidatos parecen ser un regreso al pasado, vale totalmente la pena retomar una frase de Tostao de Chocquibtown cuando le dijeron que un artista no debe meterse en política: "Yo soy artista, pero también soy ciudadano. Si dejo de meterme en política estaría actuando como a quien no le importa su país."

Así, con la posibilidad de estar equivocados, pero con la certeza de estar haciendo algo que va más allá de la queja, insisto en que justamente en estas, como en pocas elecciones de senado y cámara que yo haya presenciado, es en las que hay que votar.