lunes, 29 de julio de 2019


Reseña del libro «Don Mario Puchulú, el enorme petiso»




Por: Vanessa Villegas Solórzano


El enólogo Mario Roberto Puchulú Giacca llegó a Colombia procedente de Argentina a finales de la década de los mil novecientos ochenta. Desde que Mario pisó tierra colombiana, dejó huella en las personas que compartieron con él, hayan sido amigos cercanos, discípulos, colegas de trabajo, o simplemente parte del público asistente a Expovinos, la gran feria de vinos que realiza cada año el Grupo Éxito que Puchulú ayudó a proyectar, de la que fue director hasta 2018 y en donde era conocido como «don Mario».

En buena medida fue gracias al empeño férreo de «don Mario» en marcarle parámetros claros a los consumidores a la hora de comprar y degustar una botella, que los colombianos le fuimos perdiendo el miedo al vino. Porque como bien repetía el enólogo cada año en la Feria: «para saber de vinos hay que beber vino». Quizás una de las lecciones clave de «don Mario» para los colombianos fue traspasar la frontera más complicadas de todas: el prejuicio de que el vino es una bebida costosa. Esta fórmula repetida con frecuencia era contrarrestada por el enólogo con una frase tan sencilla como contundente: «el mejor vino es que el más te guste a vos».

Para llegar a ser «don Mario», Puchulú primero fue «Marito» un niño inquieto oriundo de la ciudad de Rivadavia en la provincia de Mendoza en la Argentina. El niño que en las frías tardes de invierno se reunía con sus compañeros de escuela a comer deliciosos helados que no eran otra cosa que el hielo que recogían de las aceras. Fue el adolescente que en los veranos mendocinos incitaba a su grupo de amigos científicos a realizar experimentos con pólvora; y fue el joven intrépido que adoraba la velocidad sin importar el riesgo. Hijo de un viñatero de excepcionales saberes empíricos y de una cocinera talentosa, se convirtió en un camionero que no se perdía las fiestas de los pueblos. Fue el soldado que prestó servicio militar demasiado «viejo» y moría de la desesperación ante las tonterías de los más jóvenes y el adulto que luego de graduarse de su carrera de enología se dio cuenta de que en esa disciplina, como en tantas otras, la experiencia pesa más que los títulos.

Llegado a Colombia fue el maestro exigente que solo hacía degustaciones en copas de cristal, el experto que no sabía mentir ante la mala calidad de un producto, el anfitrión carismático que explicaba los sabores y aromas de los vinos con soltura y el enólogo amante del trabajo bien hecho.

«Don Mario Puchulú: el enorme petiso» narra en historias cortas y divertidas, las aventuras de este personaje antes de su vida en Colombia. El texto está basado en las entrevistas que su autor, el periodista Lorenzo Villegas Rúa, le hizo a Puchulú en sus últimos años, mientras combatía el cáncer que finalmente le ganó la batalla. Este libro es un homenaje a Mario Puchulú que lo retrata como fue: un amigo incondicional y un enamorado de los juegos del lenguaje.




Ficha técnica

Título: Don Mario Puchulú: el enorme petiso
ISBN: 9789 5848 6976 0
Formato: 14 x 21.5 cms / pasta blanda / encuadernación rústica
Número de páginas: 248
Autor: Lorenzo Villegas Rúa
Dirección editorial y glosario: Vanessa Villegas Solórzano
Corrección de estilo: Juan David Villa Rodríguez
Diseño y diagramación: Toquica estudio de diseño
Impresión: Impreso en Colombia por Zetta Comunicadores S. A.
Fecha publicación: 31 de julio de 2019


martes, 16 de julio de 2019


Pura charla


Por: María Camila Dávila Bermúdez


Hay una leyenda japonesa que dice que si armas mil grullas de papel y pides un deseo, se hará realidad. La leyenda es también conocida como «una leyenda para la esperanza». Yo me enteré de esto mucho después de que fuera significativo en mi vida. Un día de esos que transcurría en la cama por mi enfermedad, cansada y sin hacer mucho, mis amigas del colegio me llevaron a la casa una bolsa gigante llena de grullas de papel. No recuerdo muy bien qué me dijeron, de hecho, pienso que no mencionaron la leyenda, pero sí tengo la imagen muy nítida de las grullas de papel en la bolsa de plástico. De hecho, recuerdo que cogí algunas de las que estaban por encima y pasaba ratos así, detallándolas.

Al poco tiempo, las grullas dieron a parar al depósito porque con tanto movimiento (las salidas al hospital, la entrada de las enfermeras y de las visitas) la bolsa obstaculizaba el paso. Mucho después, cuando creíamos que ya podíamos dar por cerrado el ciclo de la enfermedad, sacamos las grullas (ya con más conocimiento de la leyenda) y decidimos hacer un evento en el colegio para agradecer a toda la gente que siempre estuvo tan pendiente de mí. En este evento atamos las grullas de papel a globos de helio y las soltamos al tiempo, simbolizando así que podíamos dejar ir algo tan duro en compañía de mucha de la gente que siempre había estado con nosotros.

Hace unos meses Vanessa Villegas, mi editora, me mandó la propuesta de portada y desde el principio me gustó mucho. Sabía que los diseñadores habían propuesto incluir figuras de origami en el diseño, pero no pensé que llegaran a proponer una portada como esta: llena de grullas y pájaros de papel. En ese momento, entre el entusiasmo y los nervios, pasé por alto todo lo que esto había significado, hasta que un día conecté los cables: algo tan importante para mí, algo que no había contado en el libro, al final hacía parte de él. Llamé a Vane y le conté sorprendida la gran coincidencia. De hecho, le conté con detalles la historia de las grullas que tanto me llenaba de emoción, una historia que sorprendentemente nunca le había contado. La historia de las grullas de papel se embolató entre tantas otras que marcaban de dolor lo que había sido estar enferma. Vane me dijo que esta no había sido ninguna coincidencia, que mi tía Mary le había contado de las grullas de papel y que ella, a su vez, le había contado a Francisco, para que basaran el diseño en esto. «De eso se trata el proceso editorial” me dijo “de compaginar todo de forma silenciosa».

Compaginar. Siento que de eso se trató todo el proceso de escribir un libro. No solo en la parte final, sino que durante todo el tiempo compaginó la persona que soy hoy en día.

Al principio no imaginé la magnitud de lo que sería escribir un libro, no tanto por el tiempo que toma, sino por la cantidad de sentimientos que evoca y más en este caso donde lo que tenía que contar no era del todo agradable. Debimos no solo buscar un lenguaje y una forma adecuada de narrar, sino también encontrar los momentos en los que yo tuviera las fuerzas y las ganas para escribir algo, y quedar contenta con el resultado. Al fin y al cabo, estaba dejando al descubierto todo lo que había sido y todo lo que soy con cada palabra y necesitaba estar completamente tranquila y satisfecha con cada texto que le entregaba a Vane. Pasamos por etapas de muchos bloqueos mentales causados por el dolor de evocar los recuerdos y también por el proceso que debía atravesar en ese momento: ¿Cómo volver a vivir una vida «normal»? Había días en los que me había ido mal en el colegio, días en los que la cotidianidad me recordaba con más fuerza todo lo que el cáncer se había llevado y otros en los que estaba tan adentrada en la vida normal que el amor y el desamor no me dejaban escribir. Entonces, pasamos por talleres de escritura, por carteleras gigantes en la pared, por leer testimonios, pero también por largas charlas tomando café en las que Vane escuchaba cada uno de los problemas que llegaban a mi vida en la medida en que me adentraba más en ella. Los avances no se notaban casi en ese momento, todo el proceso de escribir un libro y tenerlo físicamente se veía lejano.

Hoy en día, hay veces en las que me quedo pensando en la María Camila que era antes y en la que hubiera podido ser si no me hubiera enfermado. Me da nostalgia visualizar lo que tenía y lo que pude haber sido. Pero gracias al proceso que viví este último año me doy cuenta de que tal vez esa María Camila no habría tenido la valentía para sacar muchas cosas adelante, para ser la persona que realmente soy. Este libro significa muchísimo para mí, porque no solo me permitió revivir el pasado desde otra perspectiva sino porque también me ayudó a entender y a formar la persona que hoy en día soy.

Este libro narra un pasado y construye un presente. 
Muchos de ustedes ya sabrán por qué el libro se llama «En bus a Santa Marta», muchos otros creyeron que el lanzamiento era en Santa Marta y nos íbamos en bus… El título surgió de uno de mis capítulos favoritos donde hablo de mi oncóloga Carolina. Ella me rescató de muchos momentos críticos anímicamente, uno de esos se sentó en el sofá al lado de mi cama y me dijo que tener quimioterapia, vivir un cáncer, era como un viaje en bus a Santa Marta en el que te mareabas, te tropezabas, quería tirarte por la ventana del desespero pero que al final, si lo hacías, si dejabas que todos estos sentimientos te ganaran, no llegarías a tu destino, no cumplirías tu meta.
Hace unos días me llegó un correo que me conmovió profundamente y que me gustaría compartirlo con ustedes:

«Camila. Recibe un abrazo muy especial.
 
Me he enterado a través de la Dra. Mary Bermúdez acerca del lanzamiento de tu libro. Créeme que a pesar de que no puedo asistir al lanzamiento y tampoco he podido ir a hacer la consignación te he pensado mucho y te deseo lo mejor. Yo también tuve un viaje “en bus a Santa Marta” y aunque me imagino que la ruta fue diferente, los tropiezos en el viaje debieron ser muy similares. Por eso te admiro y como muchos otros pasajeros que logramos llegar a Santa Marta, te deseo lo mejor del mundo y te aseguro que cosas muy buenas y lindas vienen para ti. Con respeto y admiración en esta lucha, te mando un abrazo muy grande y te deseo muchos éxitos. Ruth Elena Cardona M»


Cuando leí este correo supe que mi objetivo se había cumplido. Supe que transmitiría todo lo que en un momento fue dolor y lo convertiría ahora en fortaleza.

Así como a Ruth Elena le debo mil agradecimientos, a muchísima gente también. Una de las cosas más difíciles del libro fue escribir los agradecimientos porque, como ya lo he dicho en varias ocasiones, este triunfo estar sana hoy en día se lo debo a todas las personas que me acompañaron de mente, de corazón durante este proceso. Quiero tomarme un momento para agradecer de forma más amplia.

Quiero empezar a agradecer a una persona que ya no está aquí con nosotros y a quien va dedicado mi libro. Jaime murió hace un año, batalló mi misma enfermedad y me mostró un lado completamente diferente de esta. Este hombre estaba siempre lleno de una vitalidad, de un optimismo, de un amor que irradió siempre. A Jaime y a su familia, gracias por permitirme hacer parte de su vida.
Quiero agradecer a mi equipo médico. Dr. Javier Muñoz, a la Dra. Carolina Guzmán, al Dr. Enrique Arango, a Patricia Barón y Juanita Alarcón, a la Dra. Alejandra Cañas, y a todos los especialistas que fueron parte de mi tratamiento.

El personal de colegio por haber estado tan pendientes de mí, y haberme facilitado la vida cuando venía al colegio en silla de ruedas. A Leo, Giselle y Angelita, las enfermeras del colegio, a quienes quiero profundamente.

Por otro lado, quisiera agradecer a todos los compañeros de trabajo de mi mamá que estuvieron siempre tan pendientes de mí y de ella y le dieron la libertad para poder estar conmigo en todo momento.

Mis profesores: Stefano, Marisol, Diana González, Amelie, Vanessa, Violeta, Darío, Marcos Stizza, Suaza, Karin, Cian, Lorena, John, Isaías, Sandra, Pablo Acosta, Diana Pérez, Santo Paolo, Nelson, Adrián, Laura Montoa y Claudia Rodríguez. Un especial agradecimiento a la señora Elvira Chica. Quiero hacer una mención especial a la señora Ambrosi quien además de ser la directora del Liceo, me cuida y anima como si fuera mi mamá.

En general quiero agradecer a todos los alumnos del colegio por haber estado pendientes de mí.
Particularmente quiero agradecer a mi generación, en especial a mis compañeros de curso. Gracias a María Pérez, Gianluca Sesana, Juliana Heshusius, Sofía Sánchez, Juanita Murcia, Juanita Suárez, Mariana Hofstteter. A Melissa Robles quien estuvo a mi lado durante todo este proceso.
A la familia Dávila y a toda la familia Bermúdez. Sin su cariño y amor incondicional nada de esto habría sido posible.

A mi grupo editorial: Catalina Vargas, Francisco Toquica y a la editorial Caín Press. A Laura Quintana, Martha Jordán por sumarse con sus presentaciones a este momento.

Más que mi editora, quiero agradecer a mi amiga Vanessa Villegas, quien no solo influenció el proceso de escritura sino quien amplió mi visión del mundo y me ayudó a ser quien soy ahora. Por último, quiero agradecer a las dos personas que han estado conmigo siempre: mi mamá y mi hermana a quienes amo profundamente y a quienes les debo muchos de mis triunfos. Hoy, finalmente, termino está experiencia, cierro un ciclo y empiezo a escribir una historia completamente diferente.

Gracias a todos. (miércoles 5 de abril de 2017)

NOTA: para comprar En bus a Santa Marta pueden contactar a María Camila Dávila por su cuenta de instagram aquí o a Caín Press aquí.

jueves, 7 de marzo de 2019

Archivo de Margarita Córdoba de Solórzano en el Archivo General de la Nación*


Por: Vanessa Villegas Solórzano

Hace unos días, la escritora española Laura Freixas recordaba que, cuando Marguerite Yourcenar fue candidata a la Academia Francesa, Levi-Strauss se opuso. Dice Freixas: «No quería que entraran mujeres porque no hay que cambiar las reglas de la tribu»Un artículo reciente publicado en El País titulado Las mujeres de la Bauhaus que la propia Bauhaus olvidó, menciona los nombres de al menos diez artistas talentosas que, ocultas tras los apellidos de sus maridos, quedaron por fuera de la historia de ese movimiento vanguardista. En la ciencia hay ejemplos escalofriantes, por decir lo menos, como el de Rosalind Franklin quien, a pesar de haber fotografiado el ADN por primera vez y ser fundamental en la investigación que llevó a su descubrimiento, ni siquiera fue nombrada por sus colegas que recibieron el Nobel en la ceremonia de entrega del premio.

Las reglas de la tribu, como las llama Freixas, siguen vigentes.

A comienzos del 2018 una búsqueda en Google, la herramienta más usada a diario por la mayoría de nosotros, de Margarita Córdoba de Solórzano solo arrojaba cinco o seis resultados todos asociados a la biblioteca que lleva su nombre en el corregimiento de Santa Elena en Medellín. Es decir que en plena era de la información, una persona interesada en conocer sobre la historia de los derechos de las mujeres en Colombia no tenía acceso a una de sus protagonistas. Y, aclaro, es una falla que se repite no solo en internet, sino en la bibliografía especializada con una sola excepción: los libros de la historiadora costarricense Lucy Cohen.

Margarita Córdoba Quiroz nació en Medellín en 1921, hija de María Quiroz y David Córdoba Medina. Estudió en el Instituto Central Femenino de Antioquia donde conoció a quienes serían sus amigas entrañables: Esther Rabinovich y Selfia Cortés. Junto a Selfia, ingresó a la Universidad de Antioquia a estudiar Derecho y fue allí también donde conoció a otro grupo de mujeres que además de estudiar carreras profesionales, estaban convencidas de que era inminente luchar por sus derechos civiles y políticos: Fanny Posada de Greiff, Haydée Eastman, Mariana Arango, Clara Glotmann, Libia Moreno, Elba Quintero, Sonny Jiménez y Concha Peláez. Todas ellas fueron clave en la vida de Margarita y clave en la campaña del plebiscito de 1957.

Y menciono sus nombres, porque como ocurrió con Margarita, la historiografía olvida nombrarlas y lo que no se nombra, no existe.

Cito las palabras de Fanny Posada de Greiff en una carta en la que nos explicaba a las nietas de Margarita, la labor que hacían en la Asociación Profesional Femenina de Antioquia:

La APFA la creamos en 1956 un grupo de amigas para hablar y organizar a un grupo de mujeres que luchara por nuestros derechos. Y era que en ese tiempo se abusaba mucho de las mujeres en el trabajo, se les pagaba menos que a los hombres, se les daba puestos menos importantes. Después el mismo grupo apoyó el plebiscito que era votar a favor de una lista de cosas muy importantes y muy buenas para Colombia y principalmente para las mujeres, porque nos daba el derecho al voto por primera vez el 1 de diciembre de 1957.


En la Universidad de Antioquia Margarita conoció a quien fue su compañero de vida, el también abogado Mario Solórzano con quien tuvo a Cecilia, Mauricio y Mónica y a Clara Lía, mi mamá y mamá de Melissa. Clara Lía quedó como hija única a los catorce años.

En 1958 Margarita fue nombrada segunda suplente del partido liberal en las listas a Cámara de representantes por Antioquia. Asumió como representante debido al nombramiento del titular en otro cargo y al fallecimiento del primer suplente. En Bogotá su casa fue la de la cantante y odontóloga Sylvia Moscovitz, otra de sus grandes amigas.

Margarita fue congresista por dos años en los que impulsó proyectos que velaban por la educación y la inclusión de las mujeres, como el que permitía a las estudiantes embarazadas seguir asistiendo a los colegios. También desde allí trabajó por el nombramiento de mujeres profesionales en cargos públicos como el de la abogada Berta Zapata, primera mujer en ser magistrada en la Corte Suprema de Justicia.

En su vida diaria se dedicó a apoyar e inspirar a las mujeres, pues veían en ella un ejemplo de lo que podían llegar a ser. Dio voz a las mujeres que nunca habían sido escuchadas, y motivó a otras a alcanzar satisfacción en su carrera o en su proyecto de vida, estuviera o no dentro de los estándares tradicionales. Su cotidianidad estuvo rodeada por el conocimiento y cariño de mujeres que, desde sus saberes profesionales o empíricos aportaron a la construcción de una sociedad más equitativa en la que todavía queda mucho por hacer.

En 2019 googlear a Margarita Córdoba de Solórzano ofrece nuevos resultados, en parte porque nosotras, su familia, fuimos conscientes de que no podíamos dejar en manos de terceros la narrativa de la historia, de su historia que es también la historia de las mujeres colombianas. Agradecemos muy especialmente a Martha Tamayo por su compromiso, trabajo y gestión para que el archivo personal de Margarita Córdoba quede disponible en el Archivo General de la Nación al alcance de quienes estudian la historia de Colombia. Y les recuerdo, nos recuerdo, que es nuestra responsabilidad velar porque este material se mantenga vivo por el uso, pues para caer en el cajón del olvido resulta más poético quedarse en el baúl de las abuelas.

*Nota: este texto fue leído el 7 de marzo de 2019 en la inauguración de la exposición Las mujeres y la lucha por sus derechos, y de la colección con el mismo nombre que a partir de esa fecha estará disponible en el Archivo General de la Nación. La colección contiene por un lado, el archivo personal de Margarita Córdoba de Solórzano y por otro, la documentación relativa a las iniciativas y actividades desarrolladas por la Red Nacional Mujer y Constituyente que se conformó y participó en el proceso que condujo a la expedición de la Carta Política que rige desde 1991