lunes, 3 de diciembre de 2007

Años de soledad

Por: Vanessa Villegas Solórzano


La palabra solidaridad es extraña. Suele usarse para hablar de los amigos, bien sea porque fueron, bien sea porque no fueron solidarios. Se dice que Colombia es una nación solidaria, y las pruebas de ello son la cantidad de ayudas recaudadas en comida, dinero, e incluso mano de obra, cada vez que hay una catástrofe natural. Tampoco falta el ciudadano que llama a un programa radial a pedir “ayuda humanitaria” debido a su precaria situación, y recibe, en menos de lo que todos esperábamos, un medicamento, una silla de ruedas, un pasaje aéreo, un trabajo. Son solidarios los bancos, las licoreras, las fiduciarias, los centros comerciales, y todos aquellos que ponen dinero o recursos de otras índoles en aras de ayudar a quienes han sido víctimas de la naturaleza o de los actores armados de un conflicto que todavía algunos se atreven a decir que no es nuestro.

Sin embargo, tengo mis dudas respecto a la solidaridad de este pueblo. Los últimos días de noviembre se vieron marcados por los testimonios más desgarradores e impactantes, por decir lo menos, que he escuchado en años, respecto a las prácticas antropofágicas de los paramilitares en los llanos orientales colombianos. Hace casi una década, el mundo (y digo el mundo porque salió publicada incluso en el Financial Times de Londres) se había escandalizado con la noticia de que unos de estos grupos (en ese caso no en los llanos, sino en la región de Urabá) no sólo decapitaban a sus víctimas con motosierras, sino que después de hacerlo jugaban fútbol con sus cabezas. Los muertos de los que habla el artículo de El Tiempo del último domingo de noviembre se cuentan por cientos, y siempre cabe preguntarse si no fueron más. Lo realmente sorprendente es que a nadie pareció calarle la noticia. Nadie pareció darse cuenta de que esos muertos eran tan colombianos y tan ciudadanos como nosotros, porque estaban demasiado lejos allá en el llano, por un lado, y por otro porque seguramente pertenecían a familias humildes con poca influencia a nivel nacional como para hacer resonar la noticia. Nadie llamó a una movilización nacional ante el horror de la masacre, nadie habló de esos muertos como si fueran suyos, así como nadie ha parecido inmutarse cada vez que alguno de los cabecillas presos ha confesado su responsabilidad en la muerte de cientos o miles de personas. El reinado de Cartagena obtiene más cubrimiento periodístico y las razones sobran, como diría don Raimundo: los colombianos estamos cansados de tanta noticia mala entonces hay que darle prioridad a las buenas nuevas (argumento que no sobra decir, también se ha convertido en el gran eslogan de las embajadas, pero de eso hablaré después).

¿Dónde está entonces la solidaridad de los colombianos? Quizás se encuentre en los lectores de Semana, Cambio y El Tiempo tanto en su versión impresa como en línea, que nos dedicamos gran parte del fin de semana a leer la igualmente dolorosa carta de Ingrid Betancourt a su mamá. O quizás en los oyentes de radio que manifiestan su malestar al aire a través de las líneas telefónicas. Podría apostar a que una inmensa mayoría de ellos sintió el dolor y la desolación que transmite Ingrid en su carta, y podría apostar también a que la indignación fue la manera con que se nombró lo que produce tanto el estado de ella, como de los demás secuestrados. Pero nuestra inmensa solidaridad se queda ahí, en la compra del periódico y en la indignación que nos produce la noticia, en nada más. Si acaso les alcanza a algunos para llamar y esperar durante largas horas en el teléfono para poder manifestar su opinión en radio.

Ingrid habla de lo sola que se siente, como solas se deben sentir todas esas familias cuya existencia diaria está enmarcada por el terror. Y a pesar de ello, mañana cualquier otra noticia de farándula nos hará olvidar, como lo ha hecho siempre, todo ese dolor. Ese dolor que convive siempre tanto con las víctimas, como con sus familiares. Los que estamos de este lado, los que nos decimos solidarios asistimos a las marchas o a los conciertos convocados para no olvidar, únicamente cuando hay algún otro interés personal de por medio y no por solidaridad con el dolor de los demás, mientras que en otros países se juntan más personas por mucho menos. Es verdad entonces, solidaridad es una palabra extraña.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bonito el artículo. Hay un giro raro en lo de Ingrid, porque a mi modo de ver son dos sentires totalmente diferentes. Alguna vez leí, y creo que fue muy acertado el artículo, que en Colombia el secuestro es el temor principal de la clase alta y media, mientras que las masacres paramilitares son el temor de los campesinos y pobladores rurales. La gente de las ciudades no se siente amenazada por las masacres porque no siente que tenga algo que ver con eso (es cosa de pobres). Las clases urbanas en nuestro país, tan alejadas de las infinidad de otras realidades sociales no pueden solidarizarse con una causa que no ven propia; además recuarda Vanne que casi el 25% de la población a poya la gestión paramilitar.

Yeilor Rafael Espinel Torres dijo...

Creo que las manifestaciones citadas por ti al inicio del artículo más que ser expresiones de solidaridad son meros actos de caridad. Aquí la difenrencia marcada, una cosa es la solidaridad y otra la caridad.

La solidaridad es una categoría sociológica que no solo implica muchas cosas, sino que exige mucho de quién la porta. "En sociología, solidaridad se refiere al sentimiento de unidad basado en metas o intereses comunes. Asimismo, se refiere a los lazos sociales que unen a los miembros de una sociedad entre sí. Algunos sociólogos introdujeron definiciones específicas de este término. Entre ellos el más famoso fue Emile Durkheim" (Wiki)

En cambio la caridad es solo un acto, por lo general relacionado con la moral cristiana, que deviene de una de virtud teologal, ubicada junto con la esperanza y la fe.(Wiki)

La solidaridad implica una materialidad objetiva y social, mientras que la caridad manifiesta una metafísica del deber ser basado en el temor a Dios.

Y teniendo en cuenta que estamos en el país del sagrado corazón..., eso explica por qué la solidaridad es la gran ausente.

Por lo demás y como es costumbre, excelentes tus palabras.