jueves, 3 de marzo de 2011

IRREVERENCIA

Por: Vanessa Villegas Solórzano

Algunos por genios, otros por excesos, y muchos porque no saben cómo más llamar la atención, cada vez es más frecuente que las figuras, figuritas y figurines del arte escandalicen a la prensa con declaraciones o acciones pasadas de tono. Y no hablo de las bobadas de la farándula estadounidense, sino, por ejemplo, de las declaraciones de John Galliano quien fue grabado muy borracho gritando a un par de comensales de un restaurante no solo que amaba a Hitler, sino que los parientes de sus interlocutores podrían haber sido gaseados y en consecuencia ellos no estarían sentados en esa mesa.

La irreverencia es una virtud en un mundo lleno de cosas predecibles. Es divertido, iluminador, chocante y grato ver a aquellos que se salen del molde, de los protocolos, de lo correcto y retan la tolerancia (palabra tan abusada en la última década) de sus vecinos. Pero una cosa es la irreverencia y otra la estupidez. ¿Cuál es el límite? No está claro. Porque ese umbral, como tantas cosas en este mundo, es subjetivo. Sin embargo me pregunto, por qué el hecho que Galliano le grite a una señora acartonada que es fea no logra ofenderme y sí lo hace la afirmación sobre Hitler.

No dudo que esto haya sido una esena divertida: sin haber visto el video puedo imaginarme al modisto borracho, hablando a media lengua. vestido impecablemente con uno de sus modelitos y aullando en un lujoso restaurante parisino donde cena la nobleza europea. Es la mejor definición de ridículo de alguien que trabaja por la imagen, la moda, las apariencias. Y la afirmación: "mi problema es contigo, porque eres fea", es la confirmación de ese ridículo. Ella es fea y bien portada, pero él guapo desencajado, borracho, escandaloso. ¿Qué pesa más?

Esta misma escena, con protagonistas menos mediáticos, se repite día tras día en los círculos culturales de nuestros países. Bajo la premisa de llamar la atención, figuras y figuritas se inventan maneras, cada vez más rebuscadas de visibilizarse, no a través de su trabajo, sino de su forma de vida. Se ufanan de visitar sucios prostíbulos del centro, de celebrar sus cumpleaños en antros de mala muerte y de ser amigos de los ladroncitos callejeros del barrio donde viven. Porque estar y compartir los límites de los marginados los hace mejores, los convierte en centros de atención, en paradigmas de irreverencia, en marginados en sí mismos por ósmosis o por derecho propio. No lo son.

Estas figuritas son como Galliano. Clase media y alta que conoce muy bien sus límites, que se mezcla con "los otros" no por querer compartir su forma de vida, por entender lo que viven, lo que piensan o lo que hacen los marginados, sino para mostrarle a los suyos que son capaces de traspasar los barreras sociales con las que crecieron. Cultivan una farsa irreverencia que los hace comprar ropa de Galliano para rumbear en antros del centro de Bogotá. En el fondo son más clasistas que quienes no salen de su círculo, pues en lugar de establecer una relación horizontal, su trato con esos "otros" se reduce a un mero acto utilitario en el que los usan como ropa.