viernes, 8 de mayo de 2009

¡Qué nos libren del bien!

Por: Vanessa Villegas Solórzano

Líbranos del bien llegó a mis manos justo cuando me encontraba leyendo una novela llamada Los cuarenta días del Musa Dagh de Franz Werfel. A pesar de compartir muchas características con la crónica, Líbranos del bien es presentada, vendida y publicitada como novela. Mi referencia inmediata de novela histórica era el libro de Werfel que, a pesar de estar basado en hechos reales, es decididamente una novela.

Desde su publicación en 1933 Los cuarenta días del Musa Dagh causó escozor en el gobierno alemán. A pesar de la censura casi inmediata por parte de éste, y de sus más de 800 páginas que lo convertían en un libro difícil de esconder, fue pasado de mano en mano por los judíos recluidos en el ghetto de Varsovia. Era leído y comentado en secreto por sus habitantes, pues la narración de la masacre sufrida por el pueblo armenio por parte del imperio otomano a principios del siglo XX y la manera heroica como los protagonistas de la historia resistieron las más impensables atrocidades, resultaba una inyección de esperanza para los judíos en medio de atropellos que tenían como punto final los campos de exterminio. El autor de este relato, no se imaginó que sus palabras terminarían siendo fuente de inspiración de la resistencia de su propio pueblo dentro de los ghettos.

Werfel no era armenio. Era judío, pero no armenio. En el momento de relatar la masacre ocurrida en 1915 lejos estaba de vaticinar lo que sería “la solución final” ideada por los nazis. Su intención al escribir Los cuarenta días del Musa Dagh estaba más cerca de evitar el olvido histórico que de crear conciencia social. Sin embargo, esta novela ya es parte activa de la historia, a pesar de la crudeza (o quizás gracias a ella) con la que son descritos los detalles del exterminio. Dice Osvaldo Bayer en el prólogo de la edición argentina de Losada, que este libro tendría que ser de lectura obligatoria en todos los colegios del mundo porque nos ayudaría a conocernos mejor como seres humanos.

Alonso Sánchez Baute parece haber tenido una motivación parecida a la Bayer al escribir Líbranos del bien: ¿Cuál es el aporte que esta investigación, ahora convertida en novela, le puede hacer al pueblo vallenato, a los colombianos que se ven y se sienten al margen del conflicto armado? Esa es una pregunta que se hace explícita en las últimas páginas de su texto, pero que lo atraviesa de principio a fin. ¿Para qué un libro como éste en un país lleno de investigadores de la guerra? ¿A quién le puede servir?

Líbranos del bien es un intento de quien debe considerarse una fuente de primera mano, de explicar(se) cuáles fueron las razones para que un par de vallenatos como él, de familias acomodadas, como la de él, y exitosos en sus vidas privadas y públicas, como él, se hubieran decidido por las armas, terminando cada uno en bandos opuestos de la sangrienta guerra colombiana; el uno en la guerrilla de las FARC, el otro en las fuerzas paramilitares. Es pues la historia, como bien la describe su autor, de Ricardo Palmera Pineda y Rodrigo Tovar Pupo, antes de convertirse en Simón Trinidad y Jorge Cuarenta, respectivamente, antes de irse al monte y de ser gestores de masacres y asesinatos selectivos.

A pesar de ser una investigación sobre las decisiones de otros, ésta termina siendo una indagación acerca de la propia vida. Comprender el entorno que llevó a Palmera Pineda y a Tovar Pupo a tomar decisiones tan drásticas que implicaban el abandono de sus seres queridos y dejar de lado la posición social que ostentaban, implicó para Sánchez Baute un conocimiento a fondo del pueblo que lo vio nacer. Las razones enunciadas nunca serán suficientes para adivinar lo que pasó por la cabeza de los protagonistas de su historia. A diferencia de las novelas, como es el caso de Los cuarenta días del Musa Dagh, donde quien habla es Gabriel Bagradian (un personaje imaginario creado a partir de uno real), los de la historia de Sánchez Baute son de carne y hueso. La excepción es Fina Palmera, una vallenata de pura cepa en quien el autor recoge las contradicciones que se va encontrando a lo largo y ancho de su indagación. Los diálogos sostenidos con este único personaje ficticio son el lugar donde Sánchez Baute revela sus propias razones para haberse alejado de Valledupar. A través de Fina Palmera y de sus costumbres centenarias, se logra una descripción minuciosa del Valle y de sus habitantes que, con seguridad, causará comezón a más de uno. Sin embargo, todo lo anterior hace que el autor sólo pueda expresar sentimientos y dilemas propios, y que las motivaciones, dolores, rabias y alegrías ajenas se reduzcan estrictamente a suposiciones y conjeturas.

Recoger la historia a manera de novela es importante en momentos críticos. La pregunta de Sánchez Baute resulta entonces muy apropiada, porque tiene que ver con la transmisión de un mensaje que está más allá de las anécdotas. Es un cuestionamiento por ese conocimiento ético que puede transmitirse a partir de la comparación de emociones y dilemas particulares, con ese ponerse en los zapatos del otro que se logra a través de la literatura. La efectividad con la que Werfel logró capturar estos sentimientos en su novela, hizo, como dije al comienzo, que se convirtiera en fuente de inspiración de resistencia y amotinamientos en el ghetto de Varsovia. En el caso de Líbranos del bien no hay tal identificación emocional, pues está inmersa en el mundo de las suposiciones: Sánchez Baute describe y supone mas no recrea ni imagina los dilemas de sus protagonistas. Las preguntas del autor entonces, a pesar de su pertinencia, se inscriben en un universo distinto al de la literatura, que es el de las ciencias humanas como la filosofía y la antropología.

Es un libro que vale más por lo que dice que por la manera cómo lo dice. La variedad de personajes, entrevistas, hojas de vida y fichas técnicas que tiene que demostrar el autor como fuentes, lo hacen tedioso. Tal vez ahorrándose un poco de las notas periodísticas, la narración sería más fluida; pero citar hasta al perro de la esquina parece ser un mal contagioso entre los escritores de novela que, por estos días, se basan en un hecho real para armar sus historias. Sin embargo, insisto, hay muchas razones para leerlo. Dice Tomás Eloy Martínez que la ficción y la historia son apuestas contra el porvenir. Y continúa: Si bien el gesto de reescribir la historia como novela o el de escribir novelas con los hechos de la historia no son ya sólo corrección de la versión oficial, ni tampoco un modo de oponerse al discurso del poder, no dejan de seguir siendo ambas cosas: las ficciones sobre la historia reconstruyen versiones, se oponen al poder y, a la vez, apuntan hacia adelante (para ver el artículo completo de Martínez ir a http://www.filo.unt.edu.ar/centinti/iiela/revista_telar/revistas/1/1.pdf) .