martes, 22 de abril de 2008

Una clase de ética con Francisco Toquica

Por: Vanessa Villegas Solórzano


Cuando uno está por fuera de los conflictos, o al menos cuando uno no se cree parte del conflicto, suele ser fácil pedirle a la víctima cordura y objetividad a la hora de juzgar a su victimario. Se nos olvidan sin embargo, dos cosas. La primera, que la justicia a pesar de lo que todos esperamos, no es compensatoria, es decir que ni la cadena perpetua ni la pena de muerte (considerándolos como los castigos más severos con los que consta la justicia hoy en día) pueden devolver lo que el victimario le quitó a la víctima. Es así como la muerte del victimario no puede subsanar el dolor de la víctima, porque la justicia no funciona así. De ahí que las venganzas sean de hecho, cadenas de odios interminables, porque lo que en principio aparece como una solución al dolor, no lo es en realidad; por el contrario, lo multiplican e impiden que las heridas abiertas sean sanadas adecuadamente, pues deja latente la posibilidad de la contra-venganza. La muerte del victimario entonces, se presenta como un acto justo y de cierre, pero es en realidad algo diametralmente opuesto: es abrirle las puertas de par en par a la injusticia y a la imposibilidad de hacer un duelo. Hacer justicia en cambio, tiene que ver con cosas tales como reconocerle a la víctima su papel de víctima, y por otro, con intentar compensarla de una manera en la que el odio y el dolor no se multilpiquen infinitamente y en esa medida evitar que lo que inició el victimario convierta a las víctimas también en victimarios de otros.

La segunda cosa que olvidamos es que a la víctima es víctima, y en esa medida los actos de cordura y objetividad son la excepcion y no la regla. ¿Qué quiero decir con esto? Que precisamente por el dolor que carga la víctima, los actos de cordura deben ser celebrados y admirados, pues la reacción natural es la venganza (no en vano el Código de Hammurabi -primera constitución que se conoce- ya tenía consignada la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente). Se supone que desde entonces las leyes humanas han evolucionado, es decir que esa ley primitiva de los mesopotámicos escrita en el siglo XVIII adc, debería haberse transformado en algo menos "animal" y más civilizado. Pero sólo se supone. Las leyes y constituciones nacionales lo han querido así, pero la realidad es otra: los hombres seguimos comportándonos más del lado de la naturaleza que de la cultura cuando de delitos se trata.

Resulta admirable entonces que víctimas como Primo Levi, nos den ejemplos de "civilización" y de ética, al evitar la venganza e intentar decirnos a los demás que la diferencia entre la ésta y el perdón es precisamente el "ser hombre". Esto también lo señala Hannah Arendt, y quiere decir con ello que el perdón es quizás la más humana de las acciones, pues es la que permite un comenzar de nuevo, al ser un renacimiento en un mundo en el que ya estamos inscritos. Gracias a él, al nuevo nacimiento que nos ofrece el perdón, dejamos de estar a merced del destino de los ciclos de la naturaleza y tenemos la posibilidad de transformarla en el mundo en el que queremos vivir.

Mi admiración por Francisco viene de ahí. El camino más fácil era el de la venganza. En cambio, él escogió el difícil, escogió el de la reflexión y el perdón. Escogió pensar en el otro, y en los otros en lugar de pensar en él, cortando (al menos de su parte), las cadenas de odio que se podrían haber desatado, como de hecho se están desatando, ante una muerte tan atroz. La justicia no va nunca a alivianar su pérdida, esa no es su función, pero tal vez podría evitar que el victimario sea victimario de otros más, lo que sí es su obligación. No tengo palabras para describir lo afortunada que me siento, en medio de tanto dolor, saberme cerca de alguien que actuó así, pudiendo actuar de la otra manera. Es una gran lección.