sábado, 13 de octubre de 2007

Los admiradores de Hitler

El secreto mejor guardado

Por: Vanessa Villegas Solórzano


El “ingenuo” comentario que hizo el otrora narrador deportivo y ahora candidato a la alcaldía de Bogotá, sobre una posible mesa de invitados a cenar en la que se encontraba incluido nada más y nada menos que Adolfo Hitler, abre un debate mucho más interesante del que ha sido presentado hasta ahora por los medios, en particular por Daniel Coronell. En su artículo, el argumento de Coronell parece apuntar a que ningún candidato a un cargo público podría declararse admirador de un genocida, y así lo ratifica en la entrevista concedida a Caracol Radio. Estoy de acuerdo con Coronell, Hitler no debería ser objeto de admiración alguna, sin embargo asumir que de hecho no lo es, me parece ingenuo de su parte.

En beneficio de Vinasco, sin que me interese defenderlo, puedo decir que su admiración o interés, como él quiera llamarlo, en Hitler, puede no estar necesariamente ligado al hecho de haber sido un genocida (otra discusión será si esas cosas se pueden separar); pero a lo que voy, es a que se puede ser admirador de su capacidad mediática y su carisma. No es un secreto que si hay en el siglo XX un personaje que logró mover a las masas de maneras “admirable” ese fue Adolfo Hitler. Tan “admirable” y efectiva fue su labor ante la población alemana, que en los juicios a los victimarios después de la II Guerra Mundial, la mayoría de ellos usaron para su defensa el argumento de haber sido simplemente, un eslabón o engranaje de una gran maquinaria de la que Hitler era la cabeza, esto es, que ellos jamás se dieron cuenta de las dimensiones que adquirían sus acciones y que no sabían lo que estaban haciendo. A su vez, los ciudadanos alemanes comunes y corrientes, dejaban que sus vecinos fueran sacados de sus casas de manera violenta y jamás se preguntaron qué pasaba con ellos después. Tampoco se preguntaban para qué tanto gas, tanta tela a rayas, tanto alambre de púas… cada uno a su manera se encontraba defendiendo lo que era suyo, lo que Hitler en sus discursos les había dicho que era suyo y de nadie más: la nación alemana.

Declarase admirador (ahora sin comillas) de alguien que usó los medios y los discursos políticos tan efectivamente, no debe ser algo extraño y menos si viene de un consagrado narrador deportivo y dueño de emisoras radiales. Lo que sí es extraño es que, conociendo su condición de genocida (que para nadie es un secreto), un candidato se atreva a hacer pública una declaración de este calibre. Y por eso Coronell tiene razón al poner el grito en el cielo: lo políticamente correcto es odiar a Hitler, combatir las fuerzas totalitarias o cualquier intento de resurgimiento que ellas tengan a través de sectarismos e intolerancias. Declararse hoy admirador de Hitler es, de hecho, avalar todos los horrores que se cometen en nombre de una patria grande, luchando contra el enemigo con mano fuerte. Lo políticamente correcto es ser pluralista, admirador de la democracia y del poder de la palabra. Lo difícil es saber dónde empieza lo uno, y dónde termina lo otro: cuándo termina la explicación y empieza el discurso, cuándo la tolerancia se transforma en desidia y el pluralismo se convierte en populismo. En otras palabras, lo que quiero dejar claro es que los límites de lo que he denominado aquí “políticamente correcto” pueden irse moviendo según la conveniencia de quien esté en el poder y en esa medida acercarse demasiado a lo que hoy es en principio rechazado por unanimidad. Sin embargo, y es en este punto donde está la paradoja, se puede ser admirador de ciertas acciones de Hitler sin admitir públicamente que se es admirador de él, ya que eso siempre será intolerable en el mundo político. La queja bien fundada de Coronell tiene que ver con lo segundo, Hitler no es un ser a admirar bajo ninguna circunstancia. La mía, en cambio, tiene que ver con lo primero, esto es, ¿cuántos a pesar de jamás haber mencionado siquiera al personaje en sus vidas, son en el fondo sus más fieles seguidores, camuflados en un discurso democrático y pluralista? ¿Cuántos hacen uso de la manipulación, la mentira, el engaño y sobretodo una incitación y exaltación del odio como forma de aglutinar opinión a través de los medios de comunicación y de los canales regulares de la democracia?

Habría que preguntarle de nuevo al señor Vinasco si pecó de ingenuo (entendiendo por esto la admiración mediática y no genocida del personaje en cuestión), o si por el contrario pecó por bruto al mencionar lo que jamás debe ser verbalizado, no así pensado, por un político. Me pregunto entonces, cuántos candidatos, precandidatos, aspirantes entre tantos a cargos públicos quisieran en silencio, ser como Hitler y como dice Vinasco “tener el mundo a sus pies”. Pero es una aspiración que se debe y se tiene que desear en silencio. Me pregunto también cuántos políticos activos guardan este celoso secreto en el fondo de su corazón, mientras salen a hacer campañas, a entregar barrios, a apoyar a la selección nacional, a ponerse la camiseta de su patria querida.